Me dormía y me acordé de un día de febrero en Andode, pueblo cálido de camino a Sudán.
Me acordé la invitación de la Ayantu, a tomar café a su casa.
Me acordé de su casa, de la tabla de madera donde me senté, de la sonrisa tímida que viene de estar por primera vez de invitado en una casa nueva. De los niños corriendo alrededor y de la Chume, con sus 6 años ofreciendome garbanzos, como quien come maní.
Atesoro el momento preciso en que nos ví a las dos, a Ayantu y a mi, poniendo todo nuestro corazón: ella intentando tostar el grano de la mejor forma para hacer un gran café…
Yo… sacando a flote todo el amharico y el oromo que había aprendido.., y de pronto… soltar, reirnos y mirarnos como quien cae en la cuenta de que lo más valioso y lo más eterno, era aquello mismo que estaba sucediendo: en la Tierra, Africa, Etiopía, Nkemte, Andode… Estábamos frente a frente disfrutando de encontrarnos… El café estaba maravilloso, y mi amárico causaba las sonrisas más lindas que alguien pudiese ver… Todo sonaba intenso, al ritmo del “cas ba las” (paso a paso)… Todo está así de preciso, simple y profundo, en este momento de Diciembre, a varios kilometros ya.